ANA
-No sé cómo me he dejado convencer –
comento cuando atravesamos las puertas del pub. La oscuridad nos
inundan y la música comienza a resonar en seguida en mis oídos –
Y para colmo música pinchada. Me encanta, Tamara – sonrío con
ironía a mi compañera de habitación.
-Oh, vamos. Te gustará. Hoy hay un
concurso y la música no está tan mal.
Sus palabras se verifican cuando
llevamos unos minutos en el interior. No, la música no está nada
mal. Sigo a Tamara hasta una de las esquinas, en la que se han
reunido en grupo de sus amigas. Yo, como siempre, me siento en una
esquina con mi botellín de cerveza, decidida a no hablar con ninguna
de ellas. ¿Por qué? Sencillamente, no tengo razones. Desde que dejé
España, me he convertido en una persona oscura y cerrada.
-Y a continuación, Rayland Lynch.
Espero que lo disfrutéis – las chicas de nuestra mesa comienzan a
gritar histéricas y yo me quedo boquiabierta cuando un chico rubio
sube a la mesa de los DJs.
-¿Qué me dices? ¿Te lo estás
pasando mejor o no? – pregunta Tamara en mi oído.
-Él… Él… - no tengo palabras.
Rayland comienza a pinchar discos y yo sigo con la cara descompuesta.
-Viene todos los años. – me explica
Tamara - Parte de su éxito se lo debe a los dueños del local, así
que actúa en el concurso para atraer a gente, aunque no participa.
No sería justo, por supuesto.
-Esto es increíble – susurro sin
aliento, y le doy un trago a mi bebida.
-En un día te has encontrado con toda
la familia Lynch. ¡Qué suerte tienes! – grita Tamara por encima
del ruido.
De repente aparece una idea fugaz en mi
cabeza. ¿Y si…? Sería demasiada coincidencia, aunque no es una
locura.
-¡Vamos a bailar! – cojo a Tamara
del brazo y la arrastro hacia la pista de baile, envalentonada por el
alcohol.
Ella se mueve torpemente. Es una chica
despampanante y sexy, pero en lo que respecta a mover las caderas, es
bastante exagerada. Yo me muevo tímidamente al son de la música,
pero acabo soltándome en cuestión de minutos. La marea de gente nos
engulle mientras que seguimos moviéndonos. Levanto la cabeza por
encima de la gente en busca de un pelo rubio brillante… y lo
encuentro. Oh, esto es increíble. Vuelvo a arrastrar a Tamara hasta
uno de los extremos del local, en dirección al pelo rubio.
La gente parece desaparecer y tropiezo
conmigo misma, de tal forma que acabo chocando contra la espalda del
joven, que no es ni por asomo quien yo esperaba.
-Mierda – suelto en español, y trato
de recomponerme en seguida – Lo siento. - levanto la mirada y lo
veo. No, no es quien yo esperaba. Es su hermano mayor. - ¿Riker?
-¿Nos conocemos? – pregunta el chico
con una sonrisa divertida.
-Yo… Yo… - genial. Me he vuelto a
quedar embobada.
-¡Eh! Pero si es Ana, la amiga de
Rydel – me doy la vuelta y abro mucho los ojos al encontrarme con
Rocky, quien me tiende la mano – Rocky Lynch, un placer. – no sé
cómo, pero finalmente consigo responder a su saludo.
-Ah, esta es la chica – Riker me
envuelve en un abrazo y yo me quedo petrificada. Debo de estar
soñando, no hay otra explicación. – Me alegra saber que has
sobrevivido a una tarde de trabajo con Rydel. Normalmente se estresa
mucho – esto último me lo cuenta al oído, como si me confesara un
secreto.
-Esta es mi amiga Tamara - consigo
decir cuando recupero el habla, y tiro del brazo para mostrar a mi
compañera de piso, que sonríe de forma radiante.
-¡Encantada! – grita por encima del
bullicio, y abraza a los dos chicos.
-Y este es Ratliff - presenta Rocky
justo cuando Ellington Ratliff, el único componente de R5 cuyo
apellido no es Lynch, aparece en el pequeño coro que hemos formado.
– Ratliff, te presento a Tamara y Ana. ¿De dónde sois, por
cierto?
-España – contestamos Tamara y yo al
unísono. – Vuestro hermano lo hace genial, por cierto – digo,
lanzando un vistazo a Rayland.
-Sí, somos una familia con talento –
dice Riker con una sonrisa.
-¿Habéis venido todos? – pregunta
Tamara, y su pregunta me interesa enormemente.
-Rydel se ha quedado en casa estudiando
– le contesta Ratliff – Y Ross no sabemos si vendrá o no. No
suele perderse este evento, pero lleva unos días bastante raro.
-¿Días? - pregunta Riker – Lleva
así desde que empezasteis el curso.
Rocky se encoge de hombros y me siento
incómoda, en medio de una conversación familiar.
-¿Cómo sabes mi nombre? – le
pregunto, cambiando el tema de la conversación. Éste me guiña un
ojo.
-Misterios de la vida. – le frunzo el
ceño y ríe con fuerza. – Ross me lo dijo.
-Ah.
Ross. Recuerdo nuestro encuentro en el
pasillo y noto como me sonrojo. Me alegra que las luces de colores no
sean suficientemente claras como para mostrar el repentino color que
ha surgido en mis mejillas.
-¡A Ana le encanta vuestro grupo! –
exclama Tamara entre el vocerío. Abro mucho los ojos y me giro,
dispuesta a pegarle, sin embargo, Ratliff parece leerme las
intenciones y me coge por la cintura, acercándome a él y pasando
uno de sus brazos por encima de mis hombros.
-¿En serio? Eso es genial. Este fin de
semana tocamos aquí. ¿Tienes entradas?
Niego tímidamente con la cabeza. Con
la llegada, los estudios y el idioma ni sabía que tocarían.
-Vaya, vaya. Eso no está bien. –
Ratliff parece divertido – Aunque ya lo solucionaremos, ¿verdad,
chicos?
Lo miro extrañada y me suelta. Mi
cabreo con Tamara se ha evaporado. Estoy confusa y noto como el
alcohol me sube poco a poco a la cabeza. Será mejor que salga de
aquí o acabaré diciendo tonterías sin sentido.
-Me ha encantado conoceros, chicos,
pero Tamara y yo tenemos que volver con nuestras amigas.
Los tres nos dan un abrazo a ambas
mientras Tamara me fulmina con la mirada. Yo me limito a encogerme de
hombros, me despido de los chicos con la mano y vuelvo a arrastrar a
mi compañera hasta el otro extremo del local, justo en el instante
en el que Rayland termina de pinchar.
CLAUDIA
-¡Ay, por fin! ¿Qué tal el viaje?
Mientras Josh me cuenta por teléfono
lo maravilloso que es Australia y lo perfecto que ha sido el viaje,
noto como esa sensación cada vez más familiar m inunda el pecho. Es
un chico maravilloso y cariñoso. Y me quiere. Y yo le quiero a él.
Más de lo que nadie imagina.
Recuerdo como, después de nuestro casi
beso en el parque, las semanas empezaron a pasar lentamente y yo
seguía sin saber nada de él. Pasé de verlo todos los días en la
escuela de teatro a pensar que el conocerlo tan solo había sido un
sueño. Un dulce y precioso sueño. Desesperada, opté por buscar
información sobre él en Internet, pero no encontré nada nuevo. En
una página mencionaban que estaba descansando después de meses de
rodaje para su nueva película. Cualquier información me resultaba
escasa y, para mi pesar, poco a poco me di cuenta del gran papel que
aquel actor tenía en mi vida, de todo lo que estaba echándolo de
menos.
Sin embargo, me imaginaba de nuevo la
escena del parque y sabía perfectamente, que no cambiaría nada de
lo que dije ni de lo que hice. Sabía que estar con él sólo me
causaría más dolor. Estaba tan cegada y convencida de que Josh
seguía sintiendo algo por mi hermana... Pensé en llamarla a ella
para interrogarla, pero descarté la idea en seguida. ¿Cómo podía
siquiera haberlo planteado?
Pero entonces llegó. Un día lluvioso
de octubre. El cielo estaba completamente gris y no dejaba de llover.
El suelo era más resbaladizo que nunca y las calles estaban casi
inundadas. Salí de la escuela corriendo tan rápido como pude, dos
horas más tarde de lo normal y sin paraguas. La residencia en la que
me hospedaba estaba a tan solo tres manzanas de distancia, pero tras
haber recorrido unos diez metros ya estaba completamente empapada.
Giré a la izquierda y aparecí en una de las grandes avenidas de la
ciudad, en la que se encontraba mi residencia. Al lado de la cabina
de teléfonos que había entre ésta y el punto en el que me
encontraba había un chico no muy alto, musculoso. Entorné los ojos
cuanto pude para observarlo a través de la cortina de agua que caían
fuertemente desde el cielo. En su cara, sonriente, asomaba un atisbo
de tristeza que en aquel momento me derrumbó. ¿Cómo había podido
ser capaz de marcharme de aquel parque sin despedirme de él? ¿Cómo
había sido capaz de rechazarlo? ¿Cómo podía haber ignorado mis
sentimientos de esa manera?
Me acerqué con lentitud, ignorando por
completo la lluvia. ¿Estaría aquí para verme? Hoy había salido
tarde de clases. ¿Cuánto llevaba bajo la lluvia? Conforme me
aproximaba pude ver que una tímida sonrisa se dibujaba en su rostro.
Cuando lo alcancé, no hicieron falta las palabras. Sólo estábamos
nosotros dos. El mundo había dejado de existir para ambos.
-Llevo toda la mañana aquí - dijo,
con una sonrisa que se hacía cada vez más amplia - Si te niegas a
creer lo que siento por ti, no sé qué más tendré que hacer.
No me dio tiempo apenas a sonreírle.
Dio un paso hacia mí, colocó sus manos en mis mejillas y redujo los
centímetros que nos separaban a cero. Nuestros labios encajaron como
si fueran piezas que se habían hecho para estar siempre juntas. Las
gotas de lluvia seguían cayendo sobre nosotros, pero no nos
importaba.
Siempre había tenido miedo de
enamorarme, de mostrarle mis sentimientos a alguien, pero en aquella
ocasión estaba eufórica de una nueva aventura.
-Antes he llamado a tu hermana –
estas palabras me hacen volver a la realidad, me despiertan de mi
dulce y corto viaje entre mis recuerdos.
-¿A Ana? – pregunto aún
sorprendida. Por un momento, Josh estaba junto a mí y no a cientos
de kilómetros.
-No tienes otra hermana – casi puedo
ver la sonrisa irónica que debe reflejarse en estos momentos en su
hermoso rostro – Está en Los Ángeles, estudiando.
-Qué fuerte – susurro contrariada –
Mis padres no me han dicho nada. ¿Cómo ha podido dejarlos sola?
-Tú también los dejaste solos,
Claudia – y noto que se arrepiente de haber dicho eso en seguida.
-No es lo mismo, Josh. – lanza un
fuerte suspiro.
-Yo lo veo exactamente igual. Además,
ella lleva queriendo irse de allí demasiado tiempo. Y si no ha
podido hacerlo antes es, en parte, culpa tuya.
-Te estás pasando, Josh Hutcherson –
digo en tono amenazante, incapaz de creer que esté diciéndome todo
esto.
-Lo siento, cariño. Pero es la verdad.
-Ah, claro. Tú defiéndela.
-No la defiendo. Pero ahora no tienes
razón.
-¡Me estás mosqueando! – exclamo, y
Josh se ríe, lo que me deja boquiabierta.
-Yo también te quiero. Pero ahora
mismo tengo que descansar, mañana empiezo a rodar. Te llamo, ¿vale?
-Sí – respondo en tono cortante.
-Te quiero – y cuelga.
-Y yo a ti – susurro en tono cansado,
aunque sé que ya no puede escucharme.
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