JOSH
No puedo evitar reír mientras escucho los mensajes que
Claudia me ha dejado en el contestador, mientras estaba en el avión.
-¡Te quiero! Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. Y
te echo de menos.
A continuación se escucha un ruido al otro lado del teléfono
y el mensaje termina. Supongo que se habrá pegado el móvil a la boca para darle
un beso. Con solo pensar esto, en mi cara se dibuja una de aquellas sonrisas
tontas que siempre odiaba cuando era pequeño. Son las vueltas irónicas que da
la vida.
Me siento en el sillón de mi habitación del hotel,
aprovechando los pocos minutos de relajación que podré disfrutar en toda mi
estancia aquí, en Sídney, a cientos de kilómetros de las personas a las que
quiero, antes de que comience la grabación de mi nueva película. Busco la hora en el reloj que solté entre mis
pertenencias antes de subir al avión. Son las ocho de la mañana aquí, por lo
que son las seis de la tarde en Nueva York, la ciudad en la que llevo algo más
de un año viviendo con Claudia y quien, ahora mismo, debe estar en mitad de las
clases. Así que descarto llamarla, aunque me matará por no haberlo hecho nada
más aterrizar aquí, en tierra de canguros.
Comienzo a juguetear con el móvil entre las manos,
desesperado por comunicarme con alguien. Entonces la recuerdo. Es difícil no
recordar hasta el último detalle de su rostro cuando vivo con alguien
exactamente igual a ella, salvo que Claudia tiene el pelo más corto. Ana nunca
se arriesgaría a cortárselo como ella.
Busco en la agenda de mi móvil su número. En España deben de
ser las doce de la noche, con lo que Ana seguro que está despierta. Y,
efectivamente, tras dos toques, la propietaria del teléfono responde.
-¿Diga? – pregunta en inglés, lo que me extraña bastante. Yo
opto por saludarla en español.
-Hola Ana, ¿qué tal? Soy Josh.
Nuestras conversaciones, las cuales llevaban sin tener lugar
unos tres meses, no solo me sirven para saber todo lo que ocurre con mis fans,
sino también para mejorar mi español, el cual hace mucho tiempo que di por
perdido.
-¡Josh! – no me hace falta verle la cara para saber que está
sonriendo. Es una de las pocas personas que conozco con la que hablar por
teléfono apenas se diferencia a hablar con ella en persona. – Ahora mismo no es
un buen momento para hablar, estoy haciendo un trabajo.
-¿Y estas son horas para hacer un trabajo? – pregunto,
sorprendido – Deberías estar durmiendo.
-¿Qué? – parece algo contrariada. Vuelvo a mirar mi reloj
para comprobar que no me he equivocado.
-Son las doce de la noche, ¿no? – intento asegurarme. Llevo
toda mi vida viajando de un lugar a otro con lo que los cálculos entre franjas
horarias siempre se me han dado bien. Además, soy un as de las matemáticas.
Ella lo sabe mejor que nadie.
-No… - responde algo confundida. – Ah, espera, ¿crees que
estoy en España?
-¿No lo estás? – pregunto. Sin lugar a dudas, esta es una de
las conversaciones más ridículas que jamás he tenido con mi amiga.
-No. Es que hace mucho que no hablamos. – tras esto hace una pausa en la que seguro
que recuerda nuestra última conversación. No fue la más agradable teniendo en
cuenta que fue Claudia quien contestó al teléfono. Fue la peor forma en la que
Ana pudo enterarse de nuestra relación – Me han concedido una beca de estudios
y estoy en Los Ángeles.
-¿Los Ángeles? – pregunto, incapaz de creerlo. - ¿Desde
cuándo?
-Dos meses.
-Pues deberías haber venido a visitarnos… quiero decir,
visitarme – corrijo rápidamente, aunque el daño ya está hecho – Yo estoy en
Australia, acabo de llegar.
-Lo sé – responde, ignorando mi metedura de pata – Las redes
sociales son un torbellino de información estos días. Las fans australianas
están pensando en secuestrarte, espero que vayas protegido.
Tras esto suelta una corta carcajada que da a entender
perfectamente que no se siente cómoda con esta conversación.
-Iré con cuidado – prometo.
-Te dejo, Josh. Espero hablar contigo pronto, pero ahora
mismo tengo mucho trabajo. Adiós.
-Hasta pronto, Ana.
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